Chalecos amarillos. Del diésel a la Bastilla.

11.12.2018

Artículo escrito con Elisa Vilches para Cierzo Digital

En 1832 Victor Hugo presentaba El Rey se divierte, un drama en cinco actos que narraba el odio y la rabia de la vida que le había tocado vivir a Triboulet, el bufón del Rey que no duda en denunciar descaradamente los privilegios de la nobleza y de su monarca. Cinco son precisamente los “actos” —así los llaman— que, por ahora, componen este drama. Uno por semana.

Acto I: Augurio

El macronismo tiene pies de barro. Macron llegó a la presidencia de la República Francesa con una victoria pírrica en la primera vuelta, y con una victoria prestada en la segunda vuelta gracias al voto de rechazo al Front National. Su arrogancia, sin embargo, es propia de las élites políticas salidas de la hiperelitista Escuela Nacional de Administración. Cruzo la calle y te encuentro un trabajo, le decía a un parado. “La mejor manera de pagarse un traje es trabajando”, le decía a otro. “Me habláis como si yo fuera todavia una potencia colonial. ¡Pero yo no me quiero ocupar de la electricidad en las universidades de Burkina Faso!”, soltaba en una conferencia en Ouagadugú. “Prevenir y responsabilizar. Metemos un pastón en gastos sociales y la gente sigue siendo pobre”, se sorprendía en una reunión con los suyos.

En un año y medio, Macron ha impuesto su arrogancia y unas políticas de hipercapitalismo propias de los 90, como denuncia el economista Thomas Piketty. Por un lado, medidas para encoger los servicios públicos tales como el intento de privatización de la SNCF (su RENFE), o la elitización de los mecanismos de acceso a la universidad y aumento de tasas. Por otro, bajadas de impuestos tales como la flat tax (30% de impuesto a las rentas del capital frente al anterior impuesto progresivo) o la práctica eliminación del impuesto sobre la fortuna (ISF). Mientras que las rentas del capital crecen mucho más rápido que los salarios, la reforma fiscal de Macron supone 5 mil millones de euros de regalo al 1 % más rico de Francia.

La subida del impuesto del carburante es la gota que ha colmado el vaso. En teoría, el impuesto debe servir a la transición ecológica. En la práctica, solo una quinta parte se iba a dedicar a dicha transición. Esto no ha sentado nada bien lejos de las esferas sociales desde donde el macronismo pilota su “proyecto” (sic). El cabreo se siente especialmente entre los trabajadores y trabajadoras de zonas rurales y periurbanas que dependen del coche para ir al trabajo o hacer la compra. El sábado 17 de noviembre miles de chalecos amarillos levantaban peajes, bloqueaban y controlaban las rotondas de las carreteras desde donde repartían octavillas con reivindicaciones diversas, y a veces contradictorias, propias de un movimiento espontáneo. El movimiento de los “chalecos amarillos” acababa de nacer.

Actos II y III: Expansión y convergencias

Una de las particularidades del movimiento es que, a diferencia del Mayo del 68 o el 15M, o de las periódicas explosiones en los suburbios franceses, los primeros chalecos amarillos no son ni estudiantes ni de origen migrante, sino franceses blancos que viven en núcleos rurales. La expansión del movimiento ha sido del campo a la ciudad, y no al revés. Este factor ha hecho que algunos lo vieran inicialmente como un movimiento reaccionario, anti-impuestos, de la Francia rural.

Sin embargo, el malestar de fondo es compartido por una amplísima mayoría de franceses (hasta un 84 % de apoyo) que sufren diariamente la degradación gradual pero constante de los servicios públicos y el estado del bienestar —uno de cada tres franceses declara haber prescindido de cuidados médicos en el último año para evitar gastos. Así, lo que empezó siendo un clamor contra el último de los impuestos, rápidamente se convirtió en una enmienda a la totalidad del macronismo. Movimientos estudiantiles, feministas, jubilados y organizaciones sindicales han sabido entroncarse muy bien, oxigenando y acabando de transversalizar el movimiento.

El nerviosismo de las élites era ya notorio en este punto. El miedo les empezó a invadir el cuerpo cuando vieron que el movimiento tomaba los campos Elíseos en París, atreviendo incluso a mancillar el Arco del Triunfo. La vieja hidra incontrolable asomaba de nuevo sus cabezas, y la represión contra una de ellas —como la escena de los estudiantes de 16 años arrodillados en un instituto de las afueras de París— no hacía más que avivar las otras.

Acto IV: Disputa

Desde las revueltas de 2005 el Estado francés no había necesitado de tanta munición ni de tantos efectivos de los cuerpos de seguridad para reprimir a la población: tan solo en París, el IV Acto se saldó con cerca de 8.000 granadas lacrimógenas y casi 2.000 disparos con balas de goma, de los cuales 339 fueron con el controvertido modelo GLI-F4, que ya se ha cobrado 7 amputaciones en los últimos días. Hicieron falta 89.000 efectivos en todo el país en lo que fue una jornada inédita saldada con 2.000 arrestos y 1.700 detenciones.

Ante semejante escalada de destrozos y represión, era evidente que el Ejecutivo francés no estaba acertando ni en la forma ni en el contenido de su respuesta. De ahí que, apenas 48 h después de la cuarta jornada, Macron se decidera a aparecer ante las cámaras en un discurso público de máxima audiencia en el que haría gala de sus excelentes habilidades comunicativas —e interpretativas— anunciando un supuesto “estado de urgencia económica y social”. A la suspensión del impuesto al carburante anunciada unas horas antes, añadía cuatro medidas: aumento de 100 € del salario mínimo “sin coste al empresario” (en realidad, un aumento de una prima complementaria y no una subida del salario base); una solicitud a los empresarios que pudieran complementar el fin de año con una paga extra a sus trabajadores, libre de impuestos; una exoneración de impuestos en el pago de las horas extras (una medida ya prevista para 2019 y rescatada del gobierno de Sarkozy); para los jubilados con una pensión baja, la anulación de la subida del impuesto de la contribución social generalizada (CSG). El impuesto sobre la fortuna, sin embargo, no se recupera.

Acto V: Las migas

On ne veut plus des miettes, on veut la baguette”, decía un chaleco amarillo a un periodista. Los versos del valenciano Ovidi Montllor (ja no ens alimenten motlles, ja volem el pa sencer) han cruzado estas semanas los Pirineos.

Lejos de tratarse de un nuevo pacto que apuntalara un plan de justicia fiscal, Macron propone migas a unas mayorías que empiezan a exigir el pan entero. Y es que todas las concesiones anunciadas por Macron están exentas de tributación y libres de impuestos para los empresarios, lo cual implica la ampliación del gasto público entre 8.000 y 10.000 millones de euros. Al mismo tiempo, este plan de choque no recoge ninguna de las reivindicaciones que han cogido más fuerza durante las movilizaciones, como el Referendum de Iniciativa Ciudadana o las exigencias de los estudiantes preuniversitarios. De modo que, a tenor del ambiente, parece que habrá un V acto.

En la historia francesa, los impuestos injustos se encuentran en el origen de muchas revueltas. En 1793, en la plaza de la Revolución —actual plaza de la Concordia— rodó la cabeza de María Antonieta. A la consorte de Louis XVI se le atribuía aquello de “Si no tienen pan, que coman brioche”. Que Macron vaya pesando la harina.