Django desencadenado: el negro Stephen y el obrero contemporáneo

15.03.2013

La última película de Quentin Tarantino, Django desencadenado, se desarrolla en el contexto previo a la Guerra de Secesión de los EE.UU. Narra las penas y hazañas de un esclavo liberado y su compañero, un blanco alemán que se gana la vida como cazarecompensas.

Al final de sus peripecias, Django y su socio acaban en Candyland, una plantación de esclavos regida por un blanco (Leonardo Di Caprio) que tiene, como mayordomo, a un veterano negro: Stephen (Samuel L. Jackson). Celoso guardián de los intereses de su amo y asimilando su ideología de clase dominante, Stephen entra en escena gritando con los ojos desorbitados "¡un negro en un caballo!" ante la escandalosa visión de lo que parecía exactamente eso: un negro transgrediendo los roles establecidos no ya por los blancos, sino por el sentido común.

En la película, la miseria ética de Stephen es evidente porque su pertenencia de clase viene firmada en su piel. No hay un solo espectador que no se revuelva en el sillón ante tal evidencia, que no piense en Stephen en términos descalificativos, que no le ponga las etiquetas de "ruín", "despreciable" o "traidor".

Pero la casa de Candyland es un espejo del mundo real, y Stephen la representación de todo un fenómeno psicológico y social que se ha ido repitiendo por tantos dominados a lo largo de la historia, fueran estos esclavos, plebeyos, siervos u obreros.

En el mundo contemporáneo, encontramos a Stephen en ese trabajador trepa que pisotea a sus compañeros con tal de salvar su culo o de subir unos peldaños en la escala jerárquica, aún cuando nunca subirá lo suficiente como para convertirse en propietario de la empresa. El trabajador que no piensa nunca en el colectivo, sino en él mismo, y por eso su política no es de cooperación sino de competitividad y de codazos. Que nunca se pasará por el comité de empresa, que incluso acusará a éstos de molestos para los intereses de la empresa. Que no hará nunca ninguna huelga, no ya por el dinero que pueda "perder", sino para que su charco de babas complazca a sus jefes, que le darán una caricia o una palmadita en la espalda. Y en caso de que le den un ligero ascenso como refuerzo positivo de su comportamiento, para que no haya dudas de su identificación con los intereses de la junta de accionistas, ese Stephen moderno será el mejor de los negreros.

La diferencia con el Stephen negro es que la clase del Stephen moderno ya no le viene (necesariamente) marcada en la piel. Al contrario, al Stephen moderno se le deja, o se le obliga, a vestir como un gran accionista.

Y entonces, Stephen va al cine a ver la última de Tarantino y cuando ve a su alterego en escena piensa "qué asco".