Lugares de olvido en Barcelona (y V)

02.08.2011

Hay un escamoteamiento más doloroso que todos los otros, que afecta a los magníficos nuevos espacios de la Barcelona reformada con motivo del Fórum Universal de las Culturas. Más imperdonable que el olvido de aquellos que vivieron allí es el de aquellos que encontraron en aquel lugar una muerte trágica e injusta. En lo que acabaron siendo los territorios del Fórum, a la sombra de los hoteles del lujo, de los centros de convenciones, de los edificiones de alto standing de Diagonal Mar, de su centro comercial, allí donde estaba prevista la presencia de miles de visitantes que practicarían una urbanidad sosegada y previsible, allí se levantaba un siniestro parapeto del que algunos todavía pueden acordarse. Contra aquella pared, en el Camp de la Bota, un número difícil de calcular de personas -oficialmente 1.704- fueron fusiladas a lo largo de la década de los cuarenta y hasta el Congreso Eucarístico de 1952. Nadie pensó en ellas a la hora de elaborar los planos, los proyectos, las maquetas, los folletos de promoción, las campañas publicitarias. El monumento que se había erigido en memoria de los ejecutados no figuraba indicado en ninguna de las guías del recinto que recibían los visitantes del Fórum. Como si no estuviera. La única excepción a este olvido fue un muro que Josep Lluís Mateo levantó en el flanco norte de su Palau de Congressos, una pared picada que evoca los impactos de bala de aquel otro muro que allí mismo había sido escenario de una mortificación humana practicada sistemáticamente y en masa. Es probable que las nuevas funciones previstas para el castillo de Montjuïc o lo que venga a ocupar el solar que deje la Cárcel Modelo tampoco tengan previsto evocar que aquéllos fueron también sitios de ignominia, de martirio y de ajusticiamientos de luchadores por una democracia bien diferente de aquella que ahora se supone que disfrutamos.</p>

¿Qué hay que recordar? ¿Qué conviene olvidar? ¿Qué interesa tener presente? ¿Y para qué? ¿No es mejor proclamar a gritos -sin decirlo- que el parapeto no existió, que los centenares de no fusilados allí nunca no fueron fusilados? Porque nadie fue fusilado allí ni en ningún sitio, nadie fue perseguido en esta tranquila ciudad que abría sus puertas al abrazo cósmico entre culturas. Aquí nadie fue torturado, nadie murió acribillado, porque no hubo ninguna guerra, ni ninguna posguerra, ni barracas, ni miserables, y todavía menos muros de fusilamiento. Antes del Fórum no había nada. Un espacio vacío y virginal que esperaba ansioso la llegada de los arquitectos y los publicistas, impaciente por ser rescatado de la nada.

Se han hecho muchos análisis para explicar el fracaso del Fórum 2004, aquel acontecimiento que iba a cambiar el mundo -prometía la publicidad- y al que acudirían millones de personas. Sin embargo, es difícil no sospechar que aquel espacio desolado y desolador que fue el recinto del Fórum durante casi toda su celebración no resultara víctima de una maldición. Como si los muertos en el Camp de la Bota hicieran pagar el pecado imperdonable de su ostracismo. Porque ellos continuaban allí. Sus cuerpos nunca fueron retirados; seguían amontonados el uno sobre el otro, en una pila inmensa que nadie veía, pero que allí estaba. El mal olor que no se consiguió disimular y que los visitantes al Fórum tenían que sufrir no procedía de la depuradora sobre la que se extendía su vacía grandilocuencia. La peste provenía de los cuerpos putrefactos de muertos que se negaban a marcharse. Quizás un día, al amanecer, a la hora de los ajusticiamientos, los espectros de los ejecutados despierten para ajustarle las cuentas a la ciudad que se atrevió a negarles, a ellos y a la deuda que con ellos tenía contraída y que nunca les podrá pagar. Los visitantes del Fórum no sabían que caminaban entre fantasmas que los odiaban, porque odiaban -con razón- el olvido a que se les condenaba.

(Manuel Delgado, “La ciudad mentirosa”)