Lugares de olvido en Barcelona (III)

30.07.2011

Esta lucha contra la memoria popular encuentra su culminación en macrocentros comerciales que pretenden convertirse en escenarios para una especie de sucedáneo de vida ciudadana. Como el nombre de uno de ellos explícita -l'Illa Diagonal, diseñada por Rafael Moneo-, estos complejos pretenden crear auténticas islas, territorios claramente recordables de su entorno, en los que el visitante-consumidor puede encontrar maqueado un tipo de ciudad virtual, una escenificación del microcosmos urbano, con sus calles, plazas, cruces, bancos, establecimientos de fast-food, juegos para los niños, bares y cafés con sus terrazas en el exterior, cines multisala, por supuesto tiendas, etc., todo adobado con músicos y cómicos falsamente ambulantes distribuidos estratégicamente por la propia empresa administradora del lugar. En Barcelona tenemos un buen número de ejemplos de ello. Glòries Center de la espalda al Clot y se inauguró abriéndose a un espacio en blanco, sin edificaciones, a la espera de una urbanización de los alrededores que tardaría todavía más de una década en reiniciarse. Diagonal Mar existe negando que cerca de allí le acecha La Mina, el barrio marginal por antonomasia en el imaginario social dominante. Heron City es un parque de atracciones difuso que ignora deliberadamente la barriada de Sant Andreu que lo rodea. La mencionada Illa Diagonal espera que sus clientes  sean vomitados directamente de su parking subterráneo; se desentiende de Les Corts, el barrio que tiene detrás. Una franja de terreno de seguridad separa La Maquinista de Sant Andreu y La Sagrera y no sabe nada de su pasado de efervescencia industrial y de luchas obreras. Lo que está a punto de se el fan centro lúdico-comercial de Les Arenes a buen seguro que no dedicará ningún rincón a evocar que aquello fue el escenario de encuentros de masas fundamentales en la historia proletaria y rebelde de Barcelona.

Bien podríamos decir que esos entornos pseudourbanos se conforman como auténticas reservas naturales, en las que la especie protegida es la vieja cultura de las aceras, puestas al abrigo de las inclemencias del tiempo y del tráfico de vehículos, pero no menos de los mendigos, de las manifestaciones de protesta y de los disturbios, es decir, en resumidas cuentas, de la crónica tendencia al conflicto que experimenta el espacio público en cuanto se le deja de veras ser público, es decir, accesible a todos. Su funcionamiento no es distinto del de los modernos parques de atracciones temáticos, en el sentido que procuran una imagen falsificada de la vida urbana, puro decorado para una ciudad-farsa. Se pretende escenificar en ellos un espacio público tranquilizado, permanentemente vigilado por cámaras de vídeo y guardias jurados, donde los peatones, liberados de cualquier motivo de desasosiego, puedan abandonarse al paseo, al ocio y, por encima de todo, al consumo. Hay ejemplos especialmente patéticos de ello. La burda imitación del aire de los pasajes comerciales decimonónicos en Gran Via 2, en la Zona Franca, sería uno de ellos. Barcelona debe ser la única ciudad del mundo que, en una apoteosis difícilmente superable del reino del simulacro, puede presumir de tener un muelle donde nunca ha recalado ningún barco: el del Maremàgnum, que, en efecto, tuvo que instalar uno para justificar su declaración de zona portuaria y permitir que sus comercios abrieran los días festivos. (*)

(Manuel Delgado, "La ciudad mentirosa")

(*) Magrinyà y Maza. "Tinglados de Bar-cel-ona". Antes de empezar las obras de remodelado del litoral barcelonés, bien cerca de lo que sería la playa de la Mar Bella, en el Poble Nou, se pudieron apreciar restos de un navío que estaban esparcidos ofreciendo el cuadro de lo que había sido un naufragio o un embarrancament. Una quilla, un respirall, una parte del puente. Después, estos restos acabaron presidiendo una de las zonas ajardinadas del sector. Claro está que todo estaba dispuesto a fin de que se tuviera la percepción de que aquello era una de las pruebas del pasado marinero e incluso épico de aquella parte del litoral. En realidad era un fraude, la preparación tramposa de un escenario de cartón-piedra para la memoria de hechos que nunca había tenido lugar. La chatarra había sido trasladada deliberadamente desde el puerto y correspondía a un barco liberiano destinado al desguace.